El que quiera escribir algo, que lo escriba. El que quiera publicar algo, que lo reescriba.

Preocúpate de empezar la obra, que la obra ya se ocupará de crecer.

jueves, 14 de septiembre de 2006

ENCUENTRO EN LA GALERÍA BORGUESE

Finalista del 1er Certamen Internacional Toledano Casco Histórico, de relatos Certamen Internacional Toledano “Casco Histórico”

IMG
Amanece mansamente mientras sentada junto al ventanal de mi cuarto te escribo ante una taza de café bien cargado. Oigo como se va acercando el camión de la basura, como frena, voltea y tritura los deshechos produciendo un ruido infernal que alevosamente, diría yo, sobresalta el sueño de los sufridos vecinos, para luego volver a arrancar y repetir el mismo ágape putrefacto bajo mi ventana. Según se va alejando y se desvanece el zumbido del camión, percibo las pisadas descalzas de la vecina de arriba que inicia la secuencia de los mismo soniquetes de cada mañana: golpeteos de ducha, repique de tacones, o rumor de radio, estornudos o carraspeos, llaves afianzando, discusión agarrotada o risitas somnolientas y ascensor en movimiento.

Acallo mis sentidos y paso a comentarte que hoy soy yo la que necesitaría tu ayuda, tus sabios consejos sobre la manera en la que debo vestirme, maquillarme o el aroma perfecto a elegir para que mi amado caiga rendido a mis pies. Sé que te habré sorprendido, que desearás saber quién es ese hombre que ha hecho despertar de nuevo en mi alma esa llama que se apagó hace ya tantos años. Te diré, simplemente, querida hermana, que es un ser extraordinario. Gustavo, como así se llama, es una persona de las que no es fácil hallar a menudo y de las que no pasan desapercibidas porque emana una especie de vibración capaz de despertar simpatía y admiración en todos cuantos le rodean. Le conocí hace poco más de un año durante mi estancia en Roma. Fue una tarde en la que me encontraba visitando la Galería Borguese, cuando al cabo de dos horas, al pasar de nuevo ante el cuadro de Caravaggio, "Baco, pequeño enfermo", no pude resistir la tentación de sentarme frente a él una vez más. Volví a recrearme en su amarga sonrisa, en la expresión profunda de sus melancólicos ojos y en aquella mirada penetrante que parecía observarme. Me sentí cercana al alma atormentada del artista, partícipe de aquel torbellino de sentimientos que logró infundir en el pálido rostro del joven Baco, y admiré subyugada su obra. Estando en esta contemplación percibí que alguien tomó asiento junto a mí. No hice intención de volver la cabeza, total no me importaba en absoluto quien pudiera ser mi acompañante en ese momento, así que continué suspendida en la obra, hasta que al cabo de unos minutos me sobresaltó una voz masculina:

             —¿Española, verdad?

            —Pues sí –contesté algo sorprendida.

           —Perdón, si la he sobresaltado —se disculpó en un perfecto castellano. Sin despegar la vista del cuadro hice un ademán restándole importancia.

          —Caravaggio, admirable —comentó él seguidamente—, un reaccionario contra las convenciones del manierismo, un artista de talante realista, directo y hasta brutal, diría yo.

Por primera vez lo miré abiertamente. Y opiné:

         —Los contrastes de luces y sombras son quizás violentos, pero por ello mismo, bellísimo.

        —Claro, eso fue lo que configuró su propio estilo: el tenebrismo —me explicó. Examiné por un momento su rostro, y le pregunté:

        —¿Admira especialmente a este autor, verdad?

       —Sí, efectivamente —respondió esbozando una sonrisa—, por eso decidí escribir un libro sobre él. Sobre él como hombre, como un ser humano luchador e inconformista, más que como artista.

      —¡Ah, que interesante! —exclamé. Y sin apenas darme cuenta, el joven Baco pasó a un segundo lugar para mí en ese momento.

Gustavo del Valle es… ¿cómo te diría? Es de un temperamento vigoroso y equilibrado. Es un hombre abierto, libre, de tolerancia sin igual, que posee un increíble encanto personal y que consiguió despertar en mí una gran ternura y admiración. Alto de estatura, cabello gris, cincuenta y nueve años de edad, facciones armoniosas, hablar pausado y un gesto de lo más simpático. Todo él irradia serenidad. La serenidad de una persona que ha logrado una vida llena de sentido y por eso en ningún momento necesita forzar su comportamiento. Es como si estuviese envuelto en un aura de naturalidad que me hace sentir cómoda, que me sugiere la tranquilidad, el sosiego de una obra de arte exquisitamente trabajada, en contra del mundo ruidoso y vacío que me rodea. En 1994 se casó con Marina Blaiker de la que se separo a los cuatro años siguientes por la incompatibilidad que existía entre ambos caracteres. La frivolidad de ella chocaba con la sencillez de un hombre que deseaba en lo más hondo una vida familiar apacible, alejado de ese ambiente de ruidosa algarabía de fiestas en la que siempre estaba inmersa su mujer. Intentó hacer coincidir su mundo con el de ella, pero fue incapaz de lograrlo. Cuando se quedó solo comenzó a escribir. Alternaba su trabajo como profesor en la facultad de Filosofía y Letras, con la escritura. Y si con la primera novela ya obtuvo éxito, sería con el tercer libro con el que ganaría renombre y prestigio como escritor.

Gustavo es el silencio preñado de poesías, Laura. Es el silencio en el cual tiene cabida todas las cosas bellas y las cosas simples. Lo lucido, lo deslucido, lo estético, lo antiestético. Él ama la vida en todas sus facetas, igual que ama a mi persona. A través de sus gafas de fina montura, sus ojos azules me miran siempre con ternura. Ha conseguido que me sienta joven, vital, hermosa; ha conseguido convertir en cisne al más feo de los patitos porque mi nariz grande la encuentra bella; mis celulitis, sensuales; mis pequeños ojos, dice que tienen un encanto pícaro que le fascinan; y como ser humano, dice que soy única, que soy la mujer que ama, la mujer de su vida. A mis sesenta y dos años, en plena madurez espiritual y física, he encontrado el amor de verdad, querida hermana. El más completo y satisfactorio que nunca hubiese podido imaginar. Junto a él siento renacer un cúmulo de reacciones vitales que nunca antes había experimentado porque me siento elevada hasta las más altas cimas de la dicha. Su sensibilidad, su carácter y su amor hacia mí, consiguen emocionarme hasta extremos inconcebibles. Sé que nunca podría prescindir de él, de su presencia, de su amor, de su apasionada entrega. ¿Hasta que punto ha transformado mi pensamiento? Ya no sé si cuando hablo de él, lo hago objetivamente o estoy inventando un personaje a mi medida. Ni sé donde termina él y empiezo yo. Sólo sé que mi alma renace de nuevo. Que Gustavo me ha transportado a un amanecer lleno de colorido en el que sólo vivo para amar y ser amada; en el que caminamos muy juntos por las cuestas y reímos como niños bajando las laderas. El próximo cinco de octubre pensamos casarnos. De momento, de nuestra compenetración, nace una convivencia sin prisas, apacible, íntima. Un hombre y una mujer que sólo se plantean vivir al máximo cada día que pasa, sacándole lo más hermoso a la vida. Que aprovechan y gozan del fin último de sus anhelos, y que en el paisaje de su intimidad se sienten cómplices en el amor, en la sexualidad y en los sueños. Me siento feliz, hermana mía, afortunada.
¡Me siento viva!


                                                                         Maite García Romero

No hay comentarios: