El que quiera escribir algo, que lo escriba. El que quiera publicar algo, que lo reescriba.

Preocúpate de empezar la obra, que la obra ya se ocupará de crecer.

domingo, 12 de noviembre de 2006

PASIÓN ONÍRICA

Gustav Klimt

Después de salir el último cliente, que para un café que se tomó hubo que soportarle una hora de conversación, Lucrecia echó la corredera de la puerta y se puso a recoger los vasos y copas que descansaban sobre el mostrador.

        —¡Mira, Lucre, escúchame de una puñetera vez –exclamó de pronto Félix—, o te casas conmigo o tu vida en éste país no tendrá sentido, te lo puedo asegurar.

        —¡Ay, mi papito querido, pero qué testarudo es usted!...

La sonrisa coqueta y la mirada picarona de Lucrecia, provocó en Félix un hormigueó que le recorrió la columna vertebral, haciendo que medio cuerpo se inclinase sobre el mostrador en un intento de aproximación a ella.

       —Cuidado, mujer, que puedes quemarte si continúas jugando con fuego... Lo sabes, Lucre, te lo he dicho mil veces, si quieres conseguir que tu hijo venga a España, tienes que ser mía, no lo olvides.

Lucrecia rompió a reír.

     —¡No, no, no me caso —canturreó— no me caso, yo no me caso...!

Félix, con una agilidad inusitada para su edad, saltó sobre el mostrador y pasó al otro lado.

     —Como lo vuelvas a decir... —susurró tomándola por la cintura— no sé lo que podría pasar.

     —¿Qué? —preguntó ella con gesto provocativo— ¿Qué pasaría, Felix?

La atrajo hacia él.

     —Estás provocando en mi alma instintos de dulce perversidad, ¿lo sabías?... —musitó, rozándole con sus labios la mejilla— te vas a casar conmigo, Lucre... te vas a casar porque esa es tu única solución, y porque sé que lo estás deseando...

Lucrecia lo miró a los ojos, levemente, con una burlona sonrisa, y dijo, aproximándose hasta casi rozar su boca:

     —Desde luego que no pienso hacerlo, mi amor.

Las manos de él, a ciegas, descendieron por el cuerpo de Lucrecia, buscando, y tentaron bajo las ropas el cuerpo suave y cálido.

     —¡No nos peleemos! ¡No!... ¡No, por favor! Estemos siempre juntos... así, Lucre...¡Me gustas, ¿sabes?...!

Lucrecia sintió un estremecimiento que recorría su cuerpo. Se abrazó a él rodeándole con sus brazos, y con una pierna rodeó sus caderas atrayéndolo hacia ella.

     —Quiero hacer el amor contigo... ahora... ahora Félix...

     —¡Mi chica! ¡Mi pequeña!... Me quieres, ¿verdad? —susurraba Félix.

     —¡No me fastidie con eso ahora, Félix! —contestó ella, despojándolo de la chaqueta.

Lucrecia, echada sobre la alfombra le tendió los brazos. Félix, algo cohibido ante la desnudez de su envejecido cuerpo, cogió la camisa que se encontraba en el suelo, y la mantuvo delante, mientras se acercaba a su amada. Ésta, abiertos los brazos, dijo:

     --¡No, papito! ¡Quiero verte!

Félix dejó caer la camisa y se quedó quieto, mirándola...

     --Despacito, por favor... —susurraba ella— Así... así, Félix

Riiiiiiiiiiiiiiiin

     --¿Eh?... ¡¡Joder!! ¡¡Maldito despertador de mierda!!

                                               Maite García Romero