14 de noviembre de 2011
Llego al Teatro Alameda, miro el reloj:
son las 18,57. Menos mal, creí que no llegaba a tiempo. Observo los rostros de
Bertín Osborne y Paco Arévalo que me sonríen desde el cartel que está a la
entrada y leo el título de la obra: “Mellizos”. Según comentaron durante una
entrevista, decidieron unirse para presentar este espectáculo de humor creado
por ellos con el sólo objetivo de hacer disfrutar al espectador. Entro en la
sala. Acaban de apagar las luces. Efectivamente, al momento, viendo como ese
público en su mayoría de jubilados se parte de risa, diría que Bertín y Arévalo
lo han conseguido. El show ha comenzado con un monólogo de Arévalo que desde mi
punto de vista lo podría catalogar como simplemente patético. ¿Cómo es posible
que provoque tantas carcajadas esta bufonada, esta perorata machista, xenófoba
y de una falta de respeto total? No lo puedo entender. Observo al comediante
que haciendo un alarde de macho ibérico recrea una grotesca pantomima de cómo
coge un billete en la calle sin agacharse por temor a que se le “encule un
marica”. E insiste. Y repite una y otra vez apostillando de manera chusca y
burlesca sobre el mismo tema homosexual en los que incluso hace alusión a
personas sobradamente conocidas en el mundo del espectáculo televisivo. Y cuando
abandona estos comentarios jocosos empieza la retahíla de escarnios y
menosprecios a políticos en los que carga la tinta sobre las mujeres. Poco a
poco al espectador corriente se le va borrando la sonrisa cuando llega a
ridiculizar de manera burda y despiadada, a las hijas de un dirigente político.
Según se alarga el monólogo yo me voy sintiendo mal. Siento que se me revuelve
el estómago y les echo la culpa a los calamares fritos del almuerzo. Intento
distraer la imaginación, olvidarme de los calamares y de mi tubo digestivo y
presto atención al bufón. Con los ojos entornados sigo escuchando los chistes
de gangosos y mariquitas que son coreados por las carcajadas de este público
perfecto para Arévalo que da por sentado que es heterosexual y conservador. Y a
los chistes le siguen los chascarrillos que suelta referentes a la telebasura.
Críticas mordaces, chacotas y burlas a colaboradores y periodistas. Oyéndole
arremeter a diestro y siniestro está claro que Arévalo está resentido con éste
medio. Y oyendo a continuación los mismos chistes de siempre sobre pedos, está
claro que Arévalo no ha tenido un mejor guión. Se producen estallidos de pedos
simulados que retumban en la sala y estallidos de risas y palmas coreando esta
chanza. Y cuando estoy a punto de vomitar, aparece Bertín vestido de esmoquin,
entonando la balada romántica: Buenas noches señora acompañado al piano por
Franco Castellani.
Me desarma. Simplemente me desarma cuando
acabado el canto le escucho decir y reconocer, como si tal cosa, que lo suyo es
echarle morro y que no debería pisar la tarima de un teatro. Lo observo
detenidamente. Bertín continúa siendo aquel truhán, aquel caradura que cautivó
a toda una generación con sus achispadas presentaciones de Contacto con tacto,
vencido en aquel sofá. El recuerdo de aquella época empieza a revolotear en mi
mente mientras escucho las rancheras y canción protesta americana que está interpretando.
Regreso de nuevo al presente. Bertín ha empezado a marcarse un monólogo sobre
sus experiencias juveniles con el esquí en las que se mofa de la mujer obesa
que toma asiento junto a él en el telesilla. Se mofa del culo orondo y desnudo
de la mujer que se desliza por la nieve al sufrir una caída cuando hacía pis.
Sigue mofándose de la obesidad, sigue mofándose de la mujer. El monólogo se
prolonga más de cuarenta minutos.
En el momento en que Bertín está cantando
What a wonderful World mientras Arévalo, vestido también de esmoquin, baila una
coreografía de ballet, sinceramente, no sé si lo que siento es una forma
perversa de disfrute o una forma perversa de ternura o compasión. Continúo
paseando la mirada por el escenario como si intentara atrapar al pequeño
hombrecillo que salta y vira sobre la tarima, y me doy cuenta que estoy riendo.
Minutos después Arévalo me descubre unas cualidades excepcionales como
cantante.
Bertín, manos en los bolsillos del
pantalón y sonrisa envanecida, desliza una mirada sobre el público y dice:
“esto se ha acabado, gracias por venir a vernos”. Puestos en pie, los
espectadores ovacionan durante unos minutos y acto seguido comienzan a
abandonar la sala. Finalmente me levanto. Me cuelgo el bolso al hombro y miro
el reloj. Las náuseas se me están pasando.
Maite García Romero